P. Gaspar

A David le gustaba la magia. No me lo contó hasta muchos años después de conocerle, pero su mejor truco lo empleó conmigo el primer día. Su puesta en escena fue una seriedad casi ofendida – aquí no hacemos masajes – y una rigurosidad escrupulosa al pedirme e ir anotando un listado de mis molestias con lo que consiguió el primer efecto que él buscaba: que yo prestara atención a aquello que mi cuerpo me estaba diciendo. Y el truco vino después: presionando mi cuello con sus dedos en distintos puntos, hizo que girase la cabeza como la niña del exorcista cuando apenas podía hacerlo al entrar en su consulta.

Fueron muchos años de contarle mis cosas. Me enseñó que las malas palabras hacen daño al que las dice y con él y con Olga comprendí que todo aquello que me llega, termina por afectar de algún modo a mi cuerpo. Que soy sensible y que muchos dolores y sensaciones tienen el nombre de algo o de alguien y que su ayuda consiste precisamente en eso, ayudarme a procesar y dar salida a todo aquello que me afecta.

No he encontrado ese folleto de ese primer día con vosotros por casualidad, siempre he sabido donde estaba. No serán solo 25 años Olga, serán todos los que vosotros queráis dedicarle, seguro. Así que felicidades y, sobre todo, ¡Gracias!